Los seres humanos damos por hecho que hay que trabajar y que para conseguir eso hay que formarse, además de que ese puesto de trabajo condicionará lo que podremos hacer y quiénes seremos. En el libro Trabajo: una historia de cómo empleamos el tiempo (Debate, 2021, 392 pp.), el antropólogo sudafricano James Suzman se plantea esas preguntas: ¿estamos hechos para trabajar tanto?, ¿nuestros antepasados también vivían para trabajar o trabajaban para vivir?, ¿cómo sería un mundo donde el trabajo no tuviera un papel tan determinante?, ¿cómo sería la vida si a través del trabajo no nos valoraran los demás y no nos valoráramos a nosotros mismos?, ¿por qué el trabajo se ha vuelto para tantos una obligación deprimente y carente de sentido?, ¿por qué formamos a la gente para que su motivación sea ganar dinero? Para responderlas, el también doctor en antropología social plantea un recorrido histórico desde los orígenes de la vida en la Tierra hasta el momento actual.
Suzman, graduado de licenciatura y maestría en antropología por la Universidad de St. Andrews y posteriormente de doctorado de la Universidad de Edimburgo, demuestra que, si bien hemos evolucionado para encontrar significado, propósito y disfrute en el trabajo, nuestros antepasados nunca situaron el trabajo en el centro de sus existencias y no le dedicaban tanto tiempo. La obra del académico radicado en Inglaterra comienza con la preocupación creciente por los efectos que puede tener la automatización incesante del trabajo. Este hecho contrasta con el optimismo de muchos pensadores y visionarios que, ya desde los inicios de la Revolución Industrial, creyeron que la automatización haría realidad la utopía económica.
El autor propone indagar cómo hemos invertido nuestro tiempo en el pasado, quizá seamos capaces de tomar decisiones más sensatas en el futuro. En una entrevista afirmó que trabajar es parte de nuestra naturaleza, somos una especie que se aburre rápidamente y obtiene una gran satisfacción al hacer un uso significativo de nuestras mentes y cuerpos. Un problema actual no es sólo gastar demasiado tiempo en el trabajo, sino que parte de ese trabajo sea vacío e innecesario. Afirma que le gustaría ver un mundo donde reconozcamos que somos lo suficientemente prósperos como para trabajar menos y hacer algo que nos resulte gratificante. El desafío al que nos enfrentamos es reorganizar las economías para aprovecharnos de la prosperidad que tenemos y no tanto producir y consumir más cosas solamente para satisfacer una vieja obsesión por el crecimiento sin límites.
Somos una especie reticente a los cambios profundos, incluso cuando es evidente que necesitamos hacerlos, pero asevera que, cuando se nos obliga a cambiar, somos muy versátiles; además, ve poco probable que la automatización sea el catalizador de cambios radicales; y siente más probable que lo sean el cambio climático, la ira causada por las desigualdades sistémicas o bien que una pandemia viral exponga la obsolescencia de las instituciones económicas y de nuestra cultura laboral. Por último, aporta una buena clave para evolucionar en este nuevo contexto: trabajar menos (y consumir menos) no sólo será bueno para nuestras almas, sino también para garantizar la sostenibilidad de nuestro hábitat.